El Capricho

PARQUE DE EL CAPRICHO 

La Alameda de Osuna o «El Capricho», como le llamó la propia Duquesa, es una posesión, es el centro de una explotación agrícola que llegó a tener, tras ampliaciones en épocas sucesivas, una extensión muy considerable, más de 150 hectáreas.

Consiste en una pieza de perímetro irregular a la que se llega por un paseo con grades árboles que todavía subsisten, que se le conocía con el nombre de «El Ramal» y que nos lleva al punto de arranque de esta composición que se debe a dos grandes jardineros que contrata la Duquesa  en París: Jean Baptiste Mulot (1787) y Pierre Provost (1795). Curiosidad.

«La Duquesa de Osuna encarga a estos dos jardineros, que nada mas ni nada menos han estado trabajando en Versalles, en el Trianón, que trazasen ese jardín inglés junto con otro, que podemos llamas francés.

El jardín inglés está considerado junto con el de Aranjuez de los más importantes que tenemos en España. Muestra un carácter naturalista, intentando crear esas curvas, estos paseos naturales, con las colinas artificiales, con el lago, con la ría que se puede recorrer en las barcas, con las islas y con todos los argumentos que dan lugar a una naturaleza caricaturizada del momento. Se quiere conseguir dos niveles totalmente diversos, uno con gran nivel de cultura; es decir, toda la argumentación mitológica y otro, tremendamente popular, en consonancia con las obras pintadas por Goya «El Columpio», «La Cucaña», «La era», etc.«

Junto al jardín a la francesa y al jardín al modo inglés, podemos detectar un tercer jardín al modo italiano. En esta zona hay una cierta composición aterrazada, con fuentes, bancos, incluso un pequeño comedor que tiene sobre sí una terraza y algo de jardín íntimo, privado, al modo italiano.

Tenemos una entrada excéntrica a través de una plaza redonda, porque efectivamente sirvió de auténtico coso taurino, pequeño y privado coso taurino.

Ahí encontramos esta puerta soberbia, excelente, de una delicadeza extraordinaria donde hay unos pilares de piedra y una inscripción con el nombre del lugar, «El Capricho»; una entrada digna de esa Alameda de Osuna.

Esto nos lleva a este eje principal, con dos plazoletas largas circo agonales, con una serie de monumentos. Llegamos así a la Plaza de los Emperadores, hoy en día han desaparecido todas las cabezas de los Emperadores romanos, en mármoles italianos. Por este eje llegamos por fin al Palacio.

El jardín inglés cuenta con estos dos argumentos: culto y popular, con una serie de temas sustanciales importantes como son el templo dedicado a Baco; como es el Abejero o templo dedicado a Venus; como es la plazoleta de Saturno, estableciéndose entre este Baco, esta Venus y este Saturno una relación de discurso temporal que son las Estaciones: el otoño e ese Baco de la vendimia; la primavera en esa Venus, el invierno en ese Saturno devorando a su hijo.

El jardín italiano lo encontraremos a la izquierda según salimos del palacio y junto al laberinto de laurel. Sería el lugar donde disfrutar de una buena lectura sumidos en el paisaje y el relajante sonido del agua de las fuentes.

El jardín francés lo encontraremos al frente según salimos del palacio, desde la fuente de los delfines hasta llegar al parterre de estilo francés, que conduce a la plaza de los emperadores. Como buen parterre francés encontraremos simetrías, setos recortado, caminos geométricos y algunas lagunas de agua.

Más allá se encuentra el Castillo, luego La casa de la Vieja, la Casa del Ermitaño, el Casino de Baile, que van sirviendo de elementos que sugieren el paseo continuo.

El templo de Baco. Es absolutamente único, en lo que al tema se refiere, en el mundo europeo, en el sentido de que estos templos suelen ser, primero de planta circular; segundo, suelen ser unos templete cerrados, como el mismo que diseñara Villanueva  para el mencionado jardín de Aranjuez, mientras que aquí se nos muestra un templete abierto y además no esta dedicado a Venus que es lo normal, sino que está dedicado al dios Baco.

El templete se eleva sobre una colina con su planta ovalada, lo cual le da una dinámica mas cerca del barroco que del mundo neoclásico, llegando a poner un entablamiento dórico sobre 12 columnas de orden jónico. Está asentado sobre un podio compuesto de cinco escalones de piedra, antiguamente, el interior del templo estaba ocupado por una escultura de Venus de Médicis, que luego fue reubicada y reemplazada, a principios del siglo XIX por una imagen del dios Baco.

El abejero es una construcción inédita que combina la suntuosidad otrogada por su ostentosa decoración interior, hoy ya desaparecida, con la originalidad proporcionada por su peculiaridad mas destacable, consistente en poseer una serie de colmenas incorporadas a una de las fachadas. Pero lo más llamativo de este hecho era que, mientras las abejas entraban y salían de sus panales a través de unas trampillas metálicas situadas en el exterior, la actividad que tenía lugar dentro de los mismos podía ser cómodamente contemplada desde el interior del edificio a través de cristales que con tal finalidad cerraban las colmenas por el extremo opuesto. El ingenio se complementaba con el ajardinamiento que lo rodeaba, todo él a base de las plantas preferidas por las abejas para elaborar la apreciada miel que luego era debidamente recolectada.

El Abejero

La estancia circular por la que se accede al Abejero, contiene 8 columnas coríntias con basa y capiteles dorados que sostienen una cornisa y la cúpula que cierra por arriba el conjunto. Aunque los mármoles, estucos, policromías y tallas que había entonces en esta sala contribuían todos a conferirle la pretendida distinción, la pieza auténticamente valorable correspondía a una Venus esculpida en mármol de Carrara, obra de Juan Dán, que dominaba este espacio desde lo alto de un ornamentado pedestal situado en el centro del salón sobre una elegante mesa de nogal.

A partir de esta rotonda central de planta octonogal, la construcción se extiende a cada lado en dos pabellones alargados, también antaño ricamente ornamentados, en donde se ubican los panales.

La Casa de la vieja (A.M. Tadey ). Es quizá la construcción más sólida, el interior ha desaparecido; hay que decir que estas casas tenían sus maniquíes de tamaño natural en cartón y dotados de movimiento, había una vieja hilando y un niño. En su día fue ambientada como una casa de labradores, donde jugaban para sentir lo que el pueblo llano sentiría en esos habitáculos tan humildes, que incluso tenían su huerto al lado lleno de hortalizas y lechugas.

La Casa tiene dos alturas, accediéndose al piso alto por dos escaleras interiores y otra exterior. En el piso bajo se encuentra el llamado “gabinete de musgo”, con las paredes y los asientos de sus ocho sillas estaban recubiertas de musgo, la cocina con su mobiliario e imitaciones en pintura de productos de campo (chorizos, morcillas, melones,…) y “el cuarto de la vieja” donde estaba el maniquí de la vieja a tamaño natural, hilando en su rueca. En el piso superior se encuentra el “gabinete rico”, pintado en estilo pompeyano, adornado con pinturas neo-clásicas, un velador y doce sillas con asientos de paja, sirve para el mundo fingido, ilusionista, teatral, donde aparecen algunas escenas taurinas.

En tiempos hubo también enseres verdaderos, imitaciones de alimentos hechas en madera, y quizás, lo más curioso, los propios habitantes de la vivienda, materializados en muñecos autómatas de dimensiones reales dotados de movimiento. Años después de concluirse el edificio y para completar tan singular conjunto, se añadió a la escena otro autómata representando a un labriego. La decoración interior descrita y el diseño general se atribuyen, al menos en su mayor parte, al escenógrafo Angel María Tadey.

Plaza de los Emperadores. Toma su nombre de los doce bustos de césares romanos que se instalaron en ella en 1815. Estas estatuas permanecieron durante 100 años en Gandía, hasta que la Duquesa de Benavente se enteró y las hizo trasladar a Madrid.

Cabe destacar que desde finales del siglo XVIII existe en esta plaza una exedra  con un pequeño templete en su centro en el que cuatro columnas jónicas sostenían una semi cúpula, actualmente desaparecida, decorada con adornos florales y conchas. Aunque en un principio fue diseñada como fuente y se llamó Fuente de las Columnas, parece ser que nunca funcionó como tal. Al morir la Duquesa de Osuna en 1834, se empieza a modificar el monumento, instalándose cuatro años después de su muerte, bajo el templete y sobre una base de mármol rosa, un busto suyo realizado en bronce por José Tomás.

La exedra soportará bastante bien el transcurrir del tiempo y el paso de los diferentes propietarios por el jardín, conservándose en muy buenas condiciones hasta 1945. Este año vuelve a cambiar de propietario el parque y es entonces cuando el abandono, el vandalismo y hasta la caída de un árbol tras una tormenta provocan graves daños en el monumento. Al adquirirlo el Ayuntamiento en 1974, ya habían desaparecido algunas esculturas y había sufrido diferentes daños que ya no serían reparados en 1987, cuando es restaurada por la Escuela Taller Alameda de Osuna.

El Palacio. Como punto de partido decir que aprovechó en parte una construcción anterior, de donde deriva la forma irregular de su planta y, posiblemente también, el volumen edificado. La primera construcción era rectangular, la nueva nos muestra una solución torreada en los cuatro ángulos de gran arcaísmo. El edificio se terminó en 1798 y de entonces datan sus fachadas, excepto la que da al jardín que fue reformada posteriormente.

La fachada principal exterior, la que mira a la plaza de Osuna frente a la Casa de Oficios, es una fachada eminentemente urbana y que podría encontrarse en cualquier calle de Madrid de Carlos IV. Consta de tres plantas entre las dos torres angulares y un gran portalón central de carácter sobrio. A ambos lados de éste se abren dos grandes óculos que iluminan el zaguán de entrada.

La fachada norte, junto a la que se abre otra entrada al jardín flanqueada por dos pilastrones almohadillados, es igual a la descrita pero sin el portal. Por el contrario la fachada sur, nos muestra una solución original haciendo una soleada terraza. Por otro lado el forjado de ésta cubre el gran comedor, el cual está comunicado a su vez con el jardín bajo de las Ranas, a través de un simpático juego de escaleras. Este jardín quedaba como privado y al estilo italiano.

El interior del Palacio muestra hoy un aspecto desolador y actualmente en reformas. En la planta baja se encontraba el zaguán de entrada conla escalera principal, el oratorio, el cuarto para el capellán, cuartos de huéspedes, cuarto para los criados de más edad, «sala de truco», sala de baile, antecámara de lacayos y piezas de paso.

El comedor lleva unas bóvedas rebajadas y cuenta con un magnífico piso de mosaico que imita, al parecer, a uno de los mosaicos descubierto en Pompeya. Dicho comedor se abre a mediodía al jardín de las Ranas por medio de grandes vanos, sobre los cuales unos ojos de buey enmarcan vaciados clásicos. Una escalera, abierta posteriormente, lo comunicaba con la planta noble. La escalera es de un solo tiro y encajonada, llevando como único adorno un vaciado del «Fauno danzante» que se encuentra en la tribuna de los Uffzi, en Florencia. Ésta y otras esculturas desaparecidas, pero documentadas (un Apolo, el grupo de Lacontte, las estatuas que acompañaban a Venus en el Abejero, etc.) corrieron a cargo de José Panuchi .

La planta noble del palacio, el mayor espacio estaba ocupado por la habitación de la Duquesa, con la pieza de baño, un gabinete redondo, la sala de compañía (con seis grabados narrando la historia de Pablo y Virginia, dos perspectivas del palacio de la Alameda pintadas por Tadey, un piano, muchos muebles, cuadros y grabados diversos) una alcoba y su correspondiente ante-alcoba. En la misma planta se encontraba la habitación del Duque, su despacho, el gabinete de países, la biblioteca, los cuartos de los «señoritos y señoritas» y otras piezas de menor importancia. En la planta alta, además de las habitaciones de los criados de librea de guardaban las ropas y otros enseres.

De todo el palacio la pieza excepcional era sin duda el «gabinete redondo» de la duquesa, alojado en una de las torres de la crujía del jardín principal. Allí se encontraban los cuadros de Goya de 1799, siete pinturas que representan una «La pradera de San Isidro», cuatro de «Las estaciones del año» y dos asuntos de campo.

Por último hacer referencia a los arquitectos que dirigieron la obra, Mateo Guill y Manuel Machuca y Vargas. La actuación de ambos en la Alameda debió de ser de simple dirección de obras, modificando la construcción preexistente. Muy posiblemente intervinieron en algunos de los edificios menores.

Rueda de Saturno.  Se trata de una columna de orden de Paestum sobre la que se levanta una figura que representa al “dios Saturno devorando a su hijo”, inspirado en el cuadro de Goya del mismo nombre. Goya había pintado el cuadro en el año 1820, y unos años más tarde se reproduce la figura coronando la columna, tal vez por iniciativa del propio Goya, asiduo visitante de los jardines. Junto a la columna, se observan seis caminos que parten desde aquí, formando un hexagrama perfecto. Estamos en el llamado “Anillo de Saturno”, un símbolo masónico.  Saturno es otro de los nombres de Lucifer y que el hexagrama con el diablo en el centro es un símbolo utilizado en muchos ritos satánicos e iniciáticos desde la antigüedad. Otro aspecto importante es que la columna no está sujeta directamente en el suelo, sino sobre un pequeño pedestal, otro símbolo masónico que significa la unión del cielo y la tierra. La columna y la forma de rueda que forman los caminos que la rodean aluden al paso del tiempo y al progreso, como un reloj.  Además, vemos desde este punto, al fondo de uno de los caminos, el templo de Baco; y al final de otro, el Abejero, formando entre los tres elementos un triángulo equilátero, como un compás y una escuadra, símbolos de la logia. Al fondo de otro de los caminos se aprecia un altar.  La unión entre Saturno y Venus, a cuya diosa estuvo dedicado originariamente el templo da lugar a otra interpretación iniciática.

Casa de Cañas. Conocida también como Casa Rústica, hasta que fue revestida con cañas, tal y como la conocemos actualmente. Es un pequeño embarcadero, donde la duquesa llegaba navegando con sus invitados  y atravesando un hermoso lago llegaba hasta el Casino o Casa de Baile. La Casa de cañas estaba decorado con pinturas al estilo trampantojo pintadas por Tadey en 1792, en tono rosa imitando a las paredes tapizadas y al fondo una ventana inexistente en la cual se ve al otro lado un templete en un jardín. Está pegado a un pequeño pabellón, con salida al lago y en el que se servía la merienda a los invitados.

Nos encontramos, pegado a la casa de cañas el Puente de hierro, construido en 1830 por iniciativa de Don Pedro de Alcántara, es el primer puente de hierro construido en España. Curiosidad . Este pequeño puente salva una ria, presenta un trazado muy simple, que en cierto sentido emula el diseño de los puentes venecianos; dos arcos de hierro sostienen una sencilla estructura, sobre la que se elevan dos rampas de madera, confluyendo ambas en un rellano horizontal, igualmente de madera. Dada la inclinación de las rampas y su consiguiente elevación sobre el curso de agua, cada una de ellas tiene instalada una escalera, realizada en hierro. Una barandilla completa el conjunto.

El casino o casa de baile, constituye uno de los caprichos más significativos de este peculiar jardín. Fue de las últimas construcciones que se levantaron en vida de su propietaria y promotora, la duquesa de Osuna, por entonces ya viuda desde hacía ocho años.

Con la llegada de los franceses, la duquesa se trasladó a Cádiz y la finca fue confiscada por los invasores, quienes produjeron unos daños considerables según se desprende de la correspondencia que aquélla mantuvo con uno de los encargados que permaneció en Madrid. 

A su regreso a la propiedad, ya con Fernando VII instaurado en el trono, la duquesa puso gran empeño en recuperar la finca, iniciándose una intensa labor de mejora de la vegetación que ya no se interrumpió hasta su muerte producida en 1834.

Aunque en el palacio ya existía un salón de baile, la duquesa lo consideró inadecuado para el momento y en 1815 hizo construir el casino, eligiéndose  una ubicación muy particular, encima del pozo que alimenta la ría. Este emplazamiento brindaba a la noble y a sus distinguidos visitantes la atrayente posibilidad de alcanzar el casino en barca o falúa navegando por la ría desde el embarcadero.

El Maestro Mayor de Madrid, el arquitecto D. Antonio López Aguado, ideó un edificio en dos cuerpos superpuestos perfectamente diferenciados. El inferior de forma cuadrada  acoge el pozo de 15 metros de profundidad del que mana el agua que cae a la ría a través de un elemento ornamental muy representativo de este edificio, la talla en piedra de un jabalí que se aloja en un hueco emplazado bajo la doble escalera de acceso al salón. Éste se levanta justo encima adoptando su estructura una forma octogonal. En ella destacan los relieves realizados en las sobrepuertas representando las cuatro estaciones del año.

El interior se adornó con espejos como era entonces costumbre en este tipo de salones, siendo el piso de maderas finas y apareciendo en el techo plano, una pintura neoclásica representando al Zodíaco.

El Parterre de los Duelistas, también llamado Plaza de los Cipreses es una composición de Marín López Aguado. En ella vemos dos columnas de mármol sobre las que se ubican dos bustos que simbolizan a dos personas que se dan la espalda en el momento de batirse en duelo. Las columnas se encuentran separadas por 40 pasos, la distancia reglamentaria que se utilizaba para este trágico desenlace. Una obra que ha anclado en el tiempo la incertidumbre y tensión de sus dos protagonistas. La tradición que nos ha llegado dice que este duelo simboliza a uno que se produjo de forma real y que enfrentó a dos importantes aristócratas de la época como fueron  Don Antonio Felipe de Orleans, Duque de Montpensier e hijo del rey Luis Felipe de Francia  y a Enrique de Borbón, primo y cuñado de la Reina Isabel II. El duelo entre ambos se realizó a pistola resultando ganador el primero de los dos, quien terminó con un balazo en el ojo con la vida de su oponente. No obstante, el duelo se produjo años más tarde que la obra así que no pudo servir como inspiración para la misma.

El laberinto. En la actualidad está formado con un solo tipo de arbusto, el laurel, perfecto para la formación de setos altos, de hoja perenne y color verde oscuro intenso. Para llegar al centro es necesario recorrer como mínimo 370 metros lineales.

Aunque la fecha de su plantación no ha podido ser documentada, se cree que fue una de las primeras cosas que se creó en la finca, pues está ubicado en la primera zona comprada por la duquesa de Osuna. No importa demasiado pues, su forma actual, se debe a la restauración de 1987. Al igual que ocurre con edificios como el Palacio o el Abejero, en el Laberinto tampoco se puede entrar.

Aunque del Laberinto no se sabe nada antes del siglo XIX, se cree que también es otra obra de tiempos de la Duquesa. Fue reconstruido varias veces antes de que en los años 40 del siglo XX lo destrozara el aterrizaje forzoso de un avión de Iberia procedente del cercano aeropuerto de Barajas. Tras este suceso se abandonó, convirtiéndose en un espacio de almacenaje hasta que aparecieron los planos originales del Laberinto, momento entonces en que comenzó su restauración. En ella, se volvieron a instalar en su plaza central unos bancos y se plantó en su centro un árbol de Júpiter, destacando su color rosa al florecer en primavera entre la verde vegetación de la que está rodeado.

Ocupa una superficie de 6.030 metros cuadrados y los caminos más cortos para llegar hasta su centro o salir de él miden 370 y 319 metros respectivamente.

La Ermita. Esta pequeña ermita, también llamada ‘Casa del Ermitaño’, fue construida a finales del siglo XVIII, entre los años 1792 y 1795. Es obra de Ángel María Tadey, artista italiano y buen conocedor de las modas de la corte francesa de Luis XVI y María Antonieta. ¿Su objetivo? Llevar parte de la vida del campo a la ciudad o, en este caso, a un ‘falso campo’ que sería El Capricho.

Una de sus características más curiosas es que para su decoración se empleó la técnica del trampantojo o engaño visual. O, dicho de otra forma, el pintar en las paredes falsos motivos de ‘envejecido’ (como por ejemplo grietas) para dar sensación de antigüedad. La restauración de 2001 de la pequeña construcción recuperó las capas de pintura originales.

La ermita lleva atada consigo un capítulo cuanto menos curioso. Resulta que los Duques de Osuna debieron pensar que el complemento ideal para esta finca y en concreto para esta ermita era incluir un verdadero ermitaño. Los Duques ofrecieron a un mendigo la posibilidad de ejercer este rol, para así culminar su obra maestra.

Las condiciones del pacto fueron sencillas, ellos le dejarían habitar la ermita y se encargarían de su manutención de por vida. A cambio Don Fray Ars, que así se llamaba, debería rezar, día tras día, por la salvación de las almas de los Duques (se ve que no andaban con la conciencia muy tranquila) y para meterse más en el papel le pusieron otro requisito: nunca más se cortaría ni las uñas ni el pelo. 

El ermitaño del Capricho estuvo ejerciendo su función, y la de ayudar a encontrar la salida a la gente que se perdía en el interior del parque, durante cerca de 20 años. Dos décadas obedeciendo a los “caprichos” de los Duques de Osuna y renunciando a sus cuidados a cambio de comida y alojamiento. Imagino que la cara de la gente al toparse con él sin previo aviso debía ser un verdadero poema. Hay quien asegura, aunque este hecho no está tan claro, que cuando nuestro protagonista falleció fue además enterrado a los pies de la ermita, en su pequeño jardín, y allí podría seguir varios siglos después,  pegado a esa pequeña construcción que fue su casa y su cárcel durante tanto y tanto tiempo.

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